¿Cómo será nuestra relación con el Internet de las cosas? Los mejores profesionales usan grandes pantallas planas de alta definición, imágenes en 3D, pantallas HUD, realidad aumentada con registro de la imagen, e incluso señales de audio estéreo. La háptica está en camino para aquellos para quienes el tacto (en cirugía) o la textura (en el diseño de moda) son esenciales para el éxito.
Estoy casi seguro de que en las profesiones más valoradas y de más riesgo los dispositivos de salida seguirán superándose en lo que se refiere a calidad, capacidad de respuesta, densidad de datos y vínculos con el medio ambiente. Podrán acceder a la potencia de procesamiento y al rendimiento gráfico, algo que a nosotros solo nos afectará tangencialmente; por ejemplo, cuando volemos en avión o estemos ingresados en hospitales, o como inversores, cuando recibamos asesoría sobre la gestión del dinero.
Pero, ¿cuáles serán nuestras experiencias personales del día a día con el Internet de las cosas? Aunque no lleguemos a vivir la tecnología punta, ni la relación actual con los smartphones, la televisión y los ordenadores vaya a cambiar, sí que seremos testigos de algunos cambios.
Por un lado, los datos que nos lleguen vendrán de diversas fuentes. En mi última publicación en el blog, escribí sobre cómo muchos de nosotros estamos estancados en el paradigma de difusión de uno a muchos. Las proyecciones del uso del Internet de las cosas aún parecen presuponer la centralización. Pero, ¿qué pasaría si nosotros mismos nos consideráramos los agentes de la centralización? ¿Y qué pasaría si los datos nos llegaran de diversas fuentes de forma personalizada según nuestro comportamiento y preferencias?
En lugar de recibir una misma información que sirva para todos, se nos entregará información con un contenido, énfasis y diseño que encajen mucho mejor con nuestras necesidades y aspiraciones. Así que, lo básico de este nuevo ámbito es que el diseño de la salida de información encajará con la entrada de la misma procedente de diversas fuentes hacia el sujeto. En cierto modo, ya hemos dado algunos pasos en esta dirección. Los resultados que tú obtienes de una búsqueda en Google, por ejemplo, son probablemente muy diferentes de los que yo veo gracias a la burbuja de filtros.
La cantidad de datos disponible, no solo en términos de lo que pueda recogerse, sino también de lo que esté disponible donde tú te encuentres, dará lugar a diferencias cualitativas. Esto será especialmente sorprendente en el entorno de los móviles, donde veremos cómo se comparte entre docenas, quizás incluso entre cientos o miles de dispositivos que nos rodean según lo que necesitemos, lo que los comerciantes necesiten de nosotros o lo que estemos dispuestos a pagar. La «nube» ya no serán solo datos y potencia informática situados en servidores, por los que otra persona se preocupa. Nuestro procesamiento, almacenamiento y potencia de programación pueden colocarse en los salpicaderos de los coches ―no solo en el que estemos conduciendo, sino en todos los que nos rodean―, en los satélites que orbitan sobre nosotros, en la pintura que cubre un puente, e incluso en chips integrados en nuestros cuerpos. Esta información será recopilada desde donde quiera que esté disponible, y se coordinará para producir entretenimiento, avisos, direcciones y perfiles instantáneos de gente que encontremos por la calle.
He de añadir también que gran parte de lo que recibamos, especialmente en formato audio, llegará a través de agentes similares al Siri de Apple. Estamos hechos para hablar y comunicarnos, y el Internet de las cosas parece estar en una buena posición para sacar provecho de ello.
Así que, incluso si trabajamos con portátiles o smartphones, la forma y la textura de nuestras experiencias con la información cambiará completamente. Pero, ¿qué pasa con los nuevos dispositivos de salida? ―a todos nos encantan los artilugios, ¿no? El cristal de Corning muestra una visión inteligente y divertida del futuro. A nadie le sorprende que consista en superficies de cristal que están por todas partes, y que actúen todas ellas como dispositivos de entrada y salida.
Seguramente las lunas de los coches, los visores de los cascos y las pantallas de los smartphones estarán cada vez más llenos de gráficos, números y actualizaciones de noticias que añadirán capas de información al entorno de la vida real. Y este tipo de realidad aumentada se irá convirtiendo a su vez en una parte de nuestras vidas, muy alejado de superficies de información, como vemos en el desarrollo de las gafas de Google (Cuidado con apostar con gente que lleve estas gafas en su día a día, pueden buscar cualquier respuesta en la red). Todavía recuerdo las carcajadas ante una sugerencia que hice hace algunos años de que la gente llevaría auriculares mientras trabajaran en sus negocios. Ahora es imposible ir al aeropuerto o a un centro comercial y no ver a gente con los cascos puestos.
El desarrollo está en proceso en relojes, ropa, lentes de contacto e incluso tatuajes que podrían llegar a ser interactivos y tener dispositivos de salida (y de entrada) ligados al Internet de las cosas. Creo que, finalmente, formarán parte de nuestra realidad cotidiana dispositivos integrados en el cuerpo que se puedan encender y apagar con la mente. Todos seremos cíborgs de algún tipo, aunque no sea en un futuro cercano. Los profesionales, como siempre, abrirán el camino. Sospecho que muy de cerca impulsarán este tipo de inversión aquellos con necesidades médicas que hayan superado su preocupación por la privacidad y la seguridad.
Lo que recibamos en los dispositivos de salida afectará a nuestras vidas más que los propios dispositivos que entreguen la información. El quid de la cuestión aquí será lo que la gente quiera, y cómo las preferencias sociales darán forma a nuestros usos. ¿Quién habría pensado que la mayor parte de una generación estaría fascinada por el envío de mensajes de texto las 24 horas del día? La identidad, la necesidad de estar conectado a los demás y la participación activa en la comunidad llevarán nuestras vidas a un nivel diferente según vayamos aceptando el Internet de las cosas.