Una de las primeras ideas sobre «objetos inteligentes» fue una nevera que pudiera hacer un inventario de las cosas que contenga, e incluso avisarte de que la leche ha caducado.
Internet de las Cosas y la comida
Esto encaja bastante bien con el concepto de «equipaje inteligente» del que hablé la última vez. Una versión mejorada de esto podría sugerirnos platos que pudieran prepararse con los alimentos disponibles. Teniendo en cuenta la cantidad de desperdicios de comida que se produce en el mundo desarrollado, esto podría sernos útil. Imagino que incluso el gobierno mostraría su apoyo, al igual que actualmente en EE. UU. se promueve el uso de las etiquetas de eficiencia energética (mi compañía eléctrica se ofrece a retirar las neveras viejas, y así fomenta el uso de aparatos más eficientes).
¿Podría esto extrapolarse a grandes grupos? ¿Podríamos compartir esa comida que se va a tirar? ¿O incluso colaborar con almacenes de alimentos? De hecho, este intercambio de información podría servir para impulsar el consumo de comida de la zona con sugerencias de cuándo y dónde comprarla antes de que se estropee.
Está claro que al hablar de neveras y despensas, calderas y aires acondicionados, alarmas y puertas cerradas, no pensamos en sensores ni actuadores incluso aunque estos invadan nuestro entorno cada vez más.
Los niños y el Internet de las Cosas
Probablemente el uso más serio del Internet de las cosas (IoT) consiste en dotar de inteligencia a todo lo relacionado con la puericultura. El temor a que los bebés se asfixien ha vaciado las cunas de juguetes, incluyendo los peluches. ¿Podría recuperar su sitio el osito de peluche si le pusiéramos un dispositivo sensible que alertara a los padres del peligro, o que incluso tomara algún tipo de medida? Los padres ya vigilan a los niños mayores, pero, ¿podríamos detectar comportamientos emergentes como el bullying a través de patrones?
Permitir que un menor navegue libremente en Internet viene a ser hoy como soltarlo en una zona de prostitución; quizá esto podría modificarse para proteger a los niños de personas malintencionadas. Pero un enfoque más personal, donde un padre intentara controlar lo que están haciendo sus hijos, parece estar abocado al fracaso, ya que las nuevas generaciones conocen mejor las nuevas tecnologías y los ordenadores, y comparten entre ellos el modo de evitar esa protección.
Un enfoque comunitario se basaría en compartir conocimiento entre los adultos e incluso detectar la aparición de patrones que pudieran presentar riesgos.