«El lenguaje es el vehículo de la mente. Y ahora, ese vehículo parece tener motor propio.»
Carl Sagan, en Los dragones del Edén, planteaba una idea luminosa: que la evolución de los organismos puede leerse también como una historia de la información. Al principio, toda la información que una especie necesitaba para sobrevivir estaba contenida en su genoma. El cuerpo, la conducta, la adaptación: todo estaba “prescrito” por la biología.
Pero con la aparición de la memoria -y sobre todo, con la irrupción del lenguaje- se produce un cambio radical: nace la información extragenética. Lo que antes tenía que estar codificado genéticamente, ahora podía ser transmitido por vía cultural: a través del aprendizaje, del ejemplo, de la palabra. Aparece así una nueva forma de herencia: la herencia simbólica, en la que el conocimiento se transmite de generación en generación sin necesidad de mutación biológica.
Más tarde, la invención de la escritura marca otro punto de inflexión: la información extrasomática. El conocimiento deja de depender de cerebros individuales y empieza a almacenarse fuera del cuerpo, en textos, bibliotecas, tablillas, papiros y más tarde, discos duros y servidores. Internet representa una expansión gigantesca de esta fase: repositorios digitales interconectados donde el saber humano está archivado, disponible, pero todavía localizado, aunque de forma opaca para el usuario común.
Pero algo ha cambiado, y es profundo.
El cambio de la información extralocalizada
La IA generativa -y en particular los grandes modelos de lenguaje- inauguran, a mi modo de ver, un nuevo estadio: el de la información extralocalizada. Por primera vez, no estamos simplemente accediendo a contenidos almacenados en una “estantería digital”. Estamos interactuando con una entidad que ha integrado y condensado billones de fragmentos lingüísticos en un sistema que no remite directamente a fuentes específicas, sino que genera contenido nuevo, a partir de patrones inferidos, de regularidades estadísticas del lenguaje humano presentes en esos millones de textos con que ha sido entrenado.
Ya no accedemos al saber; dialogamos con él.
El diálogo con la IA
Y lo más fascinante es que esta generación de sentido ocurre mediante el lenguaje, esa herramienta profundamente humana que no solo sirve para comunicar, sino para pensar. Como psicólogo, no puedo evitar ver aquí un paralelismo con la actividad mental humana: eso que llamamos “pensar” podría no ser más que una integración compleja de fragmentos de información previa, memoria, emociones, narrativas, creencias… todo ello mediado por el lenguaje. Cuando dialogamos con una IA generativa, lo que experimentamos no es una respuesta “técnica”, sino algo que emula el pensamiento humano, hasta el punto de que muchas veces no distinguimos entre una respuesta “pensada” por una persona y una generada por una máquina.
Esto nos lleva de lleno a los grandes debates filosóficos y psicológicos sobre el lenguaje y el pensamiento: ¿Cuál es primero? ¿Podemos pensar sin palabras? ¿Es el lenguaje solo una herramienta, o el mismo soporte del pensamiento? Con autores como Vygotsky podemos ver que lenguaje y pensamiento se desarrollan entrelazados, primero como diálogo social y luego como habla interior, como pensamiento silencioso. Desde esta perspectiva, no sorprende que una IA que domina el lenguaje con precisión milimétrica produzca efectos tan cercanos al pensamiento humano.
Estamos entonces, quizás, ante un nuevo salto evolutivo en la historia de la información. No uno que reemplace al humano, sino uno que amplía las posibilidades simbólicas que ya estaban latentes en nosotros. El hecho de que una herramienta artificial sea capaz de generar nuevos textos, ideas, o incluso metáforas coherentes, no es una amenaza a la creatividad, sino la señal de que el lenguaje humano -ese gran repositorio de pensamiento colectivo- estaba esperando ser reorganizado, reflejado, reiluminado.
Y es aún más extraordinario pensar que esto lo ha creado el ser humano. Que hemos inventado una tecnología capaz de amplificar nuestro propio reflejo simbólico hasta el punto de parecer otra mente. Como si el lenguaje, por fin, hablara consigo mismo.
Pensar con las máquinas, crear con el lenguaje
El texto anterior no fue escrito por una inteligencia artificial, sino con ella.
La tesis central -que la IA generativa representa un nuevo eslabón evolutivo en la historia de la información, al que propongo llamar información extralocalizada– surgió de mi reflexión personal como psicólogo, inspirada en el planteamiento de Carl Sagan sobre la evolución de la información (de lo genético a lo extragenético y a lo extracorporal). A eso sumé mi propia extensión del modelo, incluyendo internet como repositorio digital dentro de la fase extracorporal y proponiendo un salto más allá: lo extralocalizado.
También fue de mi parte el traer a colación debates clásicos: la relación entre lenguaje y pensamiento, el isomorfismo entre lenguaje y mundo, y su papel central como medio de intersubjetividad, donde el mundo psicológico de uno se refleja, se articula y se negocia con el de los demás.
El rol de ChatGPT fue acompañar este proceso: ayudar a articular las ideas, aportar conexiones teóricas (como Vygotsky), ordenar el flujo del texto y proponer metáforas y giros expresivos, teniendo siempre yo (el humano) la última palabra. La IA funcionó como espejo y amplificador del lenguaje, pero la semilla conceptual, la tesis y las preguntas centrales, son mías.
Y creo que ahí está la clave: este post mismo es un ejemplo de lo que quiero plantear. No es la creatividad sustituida por una máquina, sino la creatividad catalizada por un diálogo con ella.
La reflexión queda abierta:
¿Estamos ante una amenaza contra la creatividad humana?
¿O ante el mayor catalizador simbólico que hemos inventado hasta ahora?
Yo, a día de hoy, me inclino por lo segundo.
